domingo, 31 de enero de 2016

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 31 DE ENERO 2016


Ningún profeta es bien recibido en su patria

Tiempo Ordinario



Lucas 4, 21-30. Tiempo Ordinario. El hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón. 



Por: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net 




Del santo Evangelio según san Lucas 4, 21-30
En aquel tiempo comenzó Jesús a decir en la sinagoga: - Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy. Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: ¿No es éste el hijo de José? Él les dijo: Seguramente me vais a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria. Y añadió: En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio. Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.

Oración introductoria
Espíritu Santo, acompaña e inspira esta oración para que me identifique con los sentimientos y con la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, reconociéndolo, glorificándolo y siguiendo fielmente la voluntad del Padre.

Petición
Jesús, dame la fe para saber reconocerte y seguirte con generosidad a donde quiera que vayas.

Meditación del Papa Francisco
Jesús recrimina a los habitantes de Nazaret por su falta de fe: al principio es escuchado con admiración, pero después explota la ira, la indignación. Esta gente escuchaba con gusto lo que decía Jesús, pero no a uno, dos o tres no le ha gustado lo que decía, y quizás algún murmurador se levantó y dijo: ‘¿Pero éste de qué viene a hablarnos? ¿Dónde ha estudiado para decirnos estas cosas? ¡Que nos enseñe la licenciatura! ¿En qué Universidad ha estudiado? Este es el hijo del carpintero y le conocemos bien’. Y estalló la furia, también la violencia. Y le echaron fuera de la ciudad y lo llevaron al borde del monte. Querían despeñarlo.
Recordemos en nuestra vida las muchas veces que hemos oído estas cosas: la humildad de Dios es su estilo; la sencillez de Dios es su estilo. Y también en la celebración litúrgica, en los sacramentos, lo bonito es que se manifieste la humildad de Dios y no el espectáculo mundano. Nos hará bien recorrer nuestra vida y pensar en las muchas veces que el Señor nos ha visitado con su gracia, y siempre con este estilo humilde, el estilo que también Él nos pide que tengamos: la humildad. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 9 de marzo de 2015, en Santa Marta).
Reflexión
El evangelio de hoy me hace recordar una de tantas series de televisión que vi cuando era pequeño. La película se interrumpía en un momento de clímax: casi siempre cuando el héroe, después de varios "golpes" y peripecias exitosas, se llegaba a encontrar en un trance difícil, rodeado o apresado por sus enemigos, o en un peligro inminente. De esta suerte, se agudizaba el interés de los espectadores dejándolos por una semana en "suspense".

La narración del evangelio del domingo pasado se nos quedó interrumpida, partida por la mitad, para quedar completada con la escena que nos presenta hoy la liturgia. El texto de la otra semana, en efecto, concluía con estas palabras de Jesús: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Y hoy inicia con estas mismas palabras, como retomando la escena, para hacernos recordar dónde nos habíamos quedado.

"Todos en la sinagoga -nos dice Lucas- le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios". Todo iba tan bien cuando, de pronto, comienzan los problemas para Jesús. Pero lo curioso es que, leyendo el evangelio, parece que es Jesús el que "provoca" a sus paisanos y les dirige una diatriba, echándoles en cara su incredulidad: "Sin duda me recitaréis aquel refrán -les reprocha nuestro Señor-: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra los milagros que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm".

Un buen político o un hábil orador se hubiera ahorrado cuidadosamente de poner en contra suya a sus oyentes. Una de las técnicas en la oratoria es tratar de ganar siempre al inicio la "benevolencia" del auditorio. Y, sin embargo, nuestro Señor se enfrenta abiertamente con ellos. ¿Por qué? Seguramente porque Él no venía a halagar a nadie y no tenía reparo en desenmascarar actitudes ficticias y falsas, como lo hizo muchas otras veces con los fariseos o con los judíos que no creían en Él.

Pero no sólo. También aquí hay que tener en cuenta otro elemento importante que aparece más claro en la narración paralela que nos ofrecen Mateo y Marcos. Nos refieren que sus paisanos, al ver llegar a Jesús a Nazaret, comenzaron a murmurar de él y a criticarlo: "No es éste –comentaban con un tono despectivo- el hijo del carpintero? ¿Su madre no se llama María y sus hermanos no viven aquí con nosotros?"... Y añaden los evangelistas: "Y se escandalizaban de él".

El problema entonces no estaba en Jesús, sino en la incredulidad de sus oyentes. Y cuando una persona está cerrada en sus prejuicios y actitudes, tristemente, no hay nada que hacer, a menos que cambie de postura. Y éste fue el escenario con el que se encontró nuestro Señor. Por eso Jesús no hizo allí ningún milagro: porque les faltaba fe. Y enseguida comenzó a recordarles el ejemplo de la viuda de Sarepta y de Naamán el sirio. Esa gente había recibido favores especiales de parte de Dios, y no eran del pueblo judío. Pero tenían fe.

"Está claro -diría Pedro, después de Pentecostés, hablando a los judíos convertidos de la primitiva Iglesia- que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta a todo el que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea" (Hech 10, 35). Dios no hace distinciones por motivos de linaje, raza, cultura o religión. Los judíos se sentían superiores a los demás porque ellos eran el "pueblo elegido". Y a los nazaretanos les pasaba ahora algo semejante: los típicos celos y rivalidades de pueblo, las envidias, riñas y pleitos partidistas tan propios de las aldeas… y no sólo de las aldeas, pues también se dan entre ciudades y entre países vecinos. ¡Es un mal que todos llevamos metido en la médula de los huesos!

Pero éste no era un criterio válido para Jesús, por supuesto. Juan Bautista también había echado en cara este mismo defecto a los judíos que no querían convertirse porque se consideraban superiores y con derechos adquiridos: "Raza de víboras -les apostrofaba con energía- ¿quién os ha enseñado a huir de la ira de Dios? Haced dignos frutos de penitencia y no os jactéis diciéndoos: "Tenemos por padre a Abraham", porque yo os digo que Dios puede hacer surgir de estas piedras hijos de Abraham” (Mt 3, 8-9).

"A oír estas palabras de Jesús -continúa la narración- todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo con la intención de despeñarlo". ¡Hasta dónde es capaz de llegar la soberbia, el odio y la cerrazón del corazón del hombre! Aquel encuentro, que comenzó como un poema o un idilio, estuvo a punto de convertirse en una tragedia. Lo que inició en aprobación y admiración, termina en rechazo y en odio. Así sucede cuando no se tiene fe.

Propósitos
Bueno, y nosotros, ¿qué enseñanzas y aplicaciones podemos sacar de este pasaje para nuestras vidas? Muchas. Pero yo sólo voy a proponer aquí dos sugerencias:
Primera: la llamada a la conversión –es decir, a acercarnos más a Dios, a la vida de gracia y a los sacramentos—, basada en la fe y en una humildad profunda de alma. No seamos nosotros como esos judíos, incrédulos y duros de corazón, que no hacen caso a Dios porque se sienten superiores a los demás y con derechos adquiridos. "Yo no necesito confesarme" –dice mucha gente, más por pereza, superficialidad e indiferencia que por verdadera malicia-.

Y segunda: aceptar a los demás con sencillez y caridad, sin criticar ni murmurar del prójimo, pues nosotros no conocemos sus motivos ni sus intenciones. No juzguemos por el exterior, porque casi siempre nos equivocamos. El hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón.

Diálogo con Cristo
Señor, este domingo, tu día, será especial para mi familia si me decido a vivirlo con plenitud, poniendo todo lo que esté de mi parte para hacer más agradable la vida a todos y propiciando un ambiente que los lleve a participar en la Eucaristía. Con tu gracia, sé que lo podré lograr.


LOS SANTOS DE HOY: DOMINGO 31 DE ENERO 2016

Marcela de Roma, SantaMarcela de Roma, Santa
Viuda, 31 de enero
Ludovica Albertoni, BeataLudovica Albertoni, Beata
Viuda, 31 de enero
Francisco Javier María Bianchi, SantoFrancisco Javier María Bianchi, Santo
Presbitero Barnabita, 31 de enero
Candelaria de San José, BeataCandelaria de San José, Beata
Fundadora, 31 de enero
Juan Bosco, SantoJuan Bosco, Santo
Presbítero y Fundador, 31 de enero

SAN JUAN BOSCO, 31 DE ENERO 2016


Hoy celebramos a San Juan Bosco, padre y maestro de la juventud
Por Abel Camasca

¡Feliz Fiesta de San Juan Bosco! ¡Viva Don Bosco!


 (ACI).- “Uno solo es mi deseo: que sean felices en el tiempo y en la eternidad”, dejó escrito a sus jóvenes el gran San Juan Bosco, fundador de la Familia Salesiana y declarado “padre y maestro de la juventud” por San Juan Pablo II.

Don Bosco nació un 16 de agosto de 1815 en I Becchi, Castelnuovo D’ Asti (Italia). A sus dos años murió su padre y su mamá, la “Sierva de Dios” Margarita Occhiena, siendo analfabeta y pobre, se encargó de sacar adelante a sus hijos.

A los nueve años Juanito tuvo un sueño profético en el que vio una multitud de chiquillos que se peleaban y blasfemaban. Él trató de hacerlos callar con los puños, pero se apareció Jesús y le dijo que debía ganarse a los muchachos con la mansedumbre y la caridad. Asimismo, Cristo le mostró a la que sería su maestra: la Virgen María.

Luego, la Madre de Dios le indicó que mirara donde estaban los muchachos y Juan vio a muchos animales que después se transformaron en mansos corderos. Al final, la Virgen le dijo estas memorables palabras: “A su tiempo lo comprenderás todo”.



Poco a poco fue creciendo en Juan un gran interés por  los estudios, así como su deseo de ser sacerdote para aconsejar a los pequeños. No obstante, para lograrlo, muchas veces tuvo que abandonar su casa y trabajar en diferentes oficios que, en el futuro, él enseñaría a sus muchachos para que se  ganen un sustento.

Ingresó al seminario de Chieri y conoció a San José Cafasso, quien le mostró las prisiones y los barrios bajos donde había jóvenes necesitados. Recibió el orden sacerdotal en 1841 y buscando prevenir que los muchachos se pierdan en malos pasos, entonces inició el oratorio salesiano que desde  sus inicios reunió a cientos de jóvenes.


 Al principio esta obra no tenía lugar fijo hasta que logra establecerse en el barrio periférico de Valdocco. En una ocasión cayó gravemente enfermo, pero al recuperarse Don Bosco prometió dar hasta su último aliento por los jóvenes.

San Juan Bosco se entregó de lleno a consolidar y extender su obra. Brindó alojamiento a chicos abandonados, ofreció talleres de aprendizaje y, siendo un sacerdote pobre, construyó una iglesia en honor a San Francisco de Sales, el santo de la amabilidad.

En 1859 fundó a los Salesianos con un grupo de jóvenes y más adelante cofunda las Hijas de María Auxiliadora con Santa María Mazzarello. Luego también dio  inicio a los Salesianos Cooperadores. Además, sólo con donaciones, construyó la Basílica de María Auxiliadora de Turín y la Basílica del Sagrado Corazón en Roma.

San Juan Bosco partió a la Casa del Padre un 31 de enero de 1888, día que la Iglesia celebra su fiesta, y después de haber hecho vida aquella frase que le dijo a su alumno Santo Domingo Savio: “Aquí hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”.
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